A los niños se les prohíbe hablar con desconocidos –como a habitar el ancho de las calles, jugar con desmesura, hablar demasiado alto, indagar sobre lo que está a más de un metro de distancia-. A ello contribuyen, sobre todo, los mitos salvajes de lo extraño, la temerosa idea del peligro y todas las pantallas encendidas. Un niño que no puede hablar con desconocidos es ya una estirpe cerrada, una guerra en ciernes, el ocultamiento del mundo; en fin: una posible ternura menos.
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